No veas la bronca que me cayó; todavía me tiemblan las piernas. Y no sólo fue la bronca; mi madre me puso el castigo más terrible de la historia del rock and roll.
Cuando me estaba gritando todas las humillaciones a las que iba a ser sometido durante este fin de semana, le dije:
—Por favor, ¿podrías ir más despacio que lo voy a apuntar en un papel?
Y mi madre gritó más si cabe para decir:
—Encima con cachondeíto.
Ella es así, más chula que un ocho. Apunté mi castigo en un papel y mandé a mi abuelo Nicolás a hacer fotocopias para poner una copia en todos los lugares estratégicos de mi casa, esos lugares que yo visito con mucha frecuencia: el wáter, la nevera, la tele y el sofá. No me podía arriesgar a olvidarme; las represalias de mi madre pueden ser terribles; no la conoces bien.
Mi castigo consiste en:
1. No verás la televisión en todo el fin de semana. Y no preguntarás continuamente: «Entonces, ¿qué hago?»
2. No llamarás al imbécil El Imbécil (el Imbécil es mi hermano pequeño). Y no preguntarás continuamente: ¿Alguien me puede decir cómo se llama el Imbécil?
3. No saldrás con tus amigos al parque del Ahorcado.
4. No recibirás paga durante dos fines de semana.
5. Comerás verdura sin decir «Qué asco»
6. Ayudarás a poner y a quitar la mesa.
7. No le esconderás la dentadura al abuelo.
8. No le pedirás recompensa para encontrarle la dentadura.
9. Te lavarás los pies todas las noches.
10. No comerás bollicaos hasta nueva orden.
Cuando mi abuelo leyó estos mandamientos me dijo al oído, para que no lo oyera mi madre:
—Manolito, yo hubiera preferido ir a la cárcel.
A la cárcel… ¡Qué cerca he tenido la cárcel estos días! Esas cárceles que dice mi sita Asunción que debería haber para los niños como nosotros, unos niños que no tienen vergüenza...
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