lunes, 19 de mayo de 2014

CARTA AL SOLDADITO GADITANO QUE SE FUE A CUBA – Historias de Carnaval

Los Claveles - 1896


Soldadito raso y gaditano: 

Ante todo, que Dios te tenga en su divina gloria. El motivo de esta sentida carta, que te escribe con un retraso de cien años y un día, un paisano anónimo de la ciudad que te vio nacer, es el ardor que pone el implacable almanaque en arrastrar poco a poco mis pensamientos hasta las orillas de tu memoria, reviviendo aquellas fechas, en las que tú eras un simple soldadito sin graduación en aquella España desheredada, y yo un proyecto sin concretar de corista graduado en bateas y en carruseles de la Plaza.

Han pasado cien años, pero mi memoria, expuesta siempre a los Ponientes de Cádiz, y por ella fresca como las madrugadas de primavera, nunca olvidará aquella fría mañana de Febrero de Carnaval en que te fuiste, dicen las malas lenguas que para no volver. Hoy, como eternamente, Cádiz sigue navegando en Carnaval, como entonces, pero en un Carnaval que se nos ha hecho cien años más viejo, que sigue luchando por tener historia profunda y firmes cimientos, y que al mirar atrás sabe que las raíces de los hermosos tangos que recibimos de ti, se clavan en aquellas sangrientas y sufridas flechas. Ha pasado mucho tiempo, pero, hoy más que nunca, sé que, aunque te fuiste más allá de la raya del horizonte que acordona a la Caleta, tú nunca te has marchado de esta tierra, porque sin ti, soldadito raso, nada de lo que ahora siento en mi interior tendría rumbo ni sentido.


Soldados desfilando por Paseo de Canalejas, rumbo a Cuba
Fuente: Diario de Cádiz
Corría frenéticamente el mes de Febrero de 1.896. Recordarás que el muelle era un hervidero de prisas, de rabia y dolor. Un reguero humano llegaba desde los aledaños de Santa María hasta aquellas piedras saturadas de mar, que en otra época remota habían visto arribar con orgullo al mismísimo Cristóbal Colón de sus mágicos viajes a América. Otros se acercaban al muelle jadeantes, pero entusiasmados, desde los barrios de la Catedral y desde el Pópulo. Gota a gota, y cuerpo a cuerpo, cincuenta mil hombres se fueron amontonando al pie de aquellos barcos tan legendarios como obsoletos. Desde los muros eternos que rodean los bordes de la Tacita, faldas donde tú y yo tantas veces nos hemos refugiado, fui viendo con tristeza cómo tantos hombres jóvenes os disponíais a zarpar rumbo a la ingrata Manigua, y cómo vuestras madres lloraban desconsoladas y se comían sus sentimientos, cuando de alguna garganta salía el grito de “¡Viva España!”, grito que hoy, cien años más tarde, suena más a amenaza que a sangre propia. 


Las noticias que llegaban a Cádiz desde Ultramar no podían ser peores. Raro era el día en que aquellos periódicos tardíos, pesimistas y cargados de tinta negra no daban una mala noticia relacionada con el derrumbe final del poderío español tanto tiempo mantenido más allá de nuestras fronteras desde la época de Felipe II. Los de siempre querían arrebatarnos por la fuerza nuestras últimas colonias, nada menos que la Perla de las Antillas, la hermosa Cuba. Con ella perdíamos lo único que nos quedaba de aquel Imperio donde nunca se ponía el sol. Y no eran solamente los propios españoles, que ahora preferían llamarse cubanos, los que herían nuestras carnes y nuestros sentimientos, sino sobre todo los del Norte, esos yanquis, que desde su nacimiento como nación, nunca pudieron resistir la tentación de crecer a costa de quien fuera, y hacerse poderosos e imperialistas, sembrando el mundo de bases y de armas. 

Estábais locos, soldado. Ibais al encuentro del desastre, al enfrentamiento con la nación que hoy es la más poderosa del mundo. Recuerdo que te abrazaste emocionado a tu madre al pie de aquel viejo barco llorando como un niño pequeño, al que la guerra le venía grande y lejana, pero cuajada de aventuras para tus pocos años. Hacía levante. El viento corría de una a otra parte del muelle, como intentando atizar los encendidos ánimos de la tropa. Ya algunos decían que aquello era una auténtica locura; que estábamos derrotados de antemano, que la distancia y el maldito orgullo de los españoles eran nuestros peores enemigos; que lo mejor era soltar lastre, renunciar de una vez a la dulce caña de azúcar y hacerse a la amarga idea de que Cuba había dejado de ser nuestra. Sin embargo una extraña sensación de fuerza y de vergüenza se había apoderado de la mayoría. Tan arraigada estaba la idea de la honra en los corazones de aquellos hombres, que para nada importaba la envergadura ni la potencia del enemigo. La honra,( ¡si yo te contara lo que es hoy la honra!), era esa mujer que ahora llamaba a la muerte segura más allá de donde el sol calienta las arenas doradas de nuestra playa. Había que ir hacia ella, porque seguía importando más honra sin barcos, que barcos sin honra. Con ese fervor ciego e inconsciente propio de la temeraria juventud los hombres fueron subiendo a aquellas naves de Caronte, y muy pronto quedó la flota en disposición de zarpar.

Mientras tú te ibas a hacer a la mar, aquí quedaban otros escribiendo sus pesares y la agonía irreversible de nuestra España. Se les llamó la Generación del 98, y siguen invadiendo desde entonces nuestros libros de texto con sus rítmicos versos y sus pésames proféticos. Ellos no fueron a Cuba como tú; tampoco tuvieron el honor de cantar el hermoso tango que el Tío de la Tiza metió en un manojo de claveles, para que te sirviera de despedida. Pero yo sé que en aquellas amargas horas, cuando tu barco daba la popa a la Bahía, y la Alameda alargaba su blanco pañuelo de flores hasta que tu estela llegó a encalar el horizonte, de tus labios salían unos versos llenos de sentimiento: “no lloréis por nosotros, madre del alma, que vamos a defender la preciosa honra de nuestra España”.




Hoy he decidido escribirte estas líneas, para que sepas que tanto sufrimiento no fue inútil; que no quedó tu vida atrapada en la metralla yanqui, ni tu barco hundido en aquellas costas cubanas. Quiero darte las gracias, soldadito gaditano, por haber sido humilde fuente de inspiración y por haber mecido en la cuna de tus labios aquellos hermosos tangos que hoy, cien años más tarde, han crecido para honrar tu memoria y para hacer que el Carnaval gaditano te bendiga por todos aquellos sueños de ternura que inspiraste en sus autores.

Tú, sencillo como todos los marineros del mundo, raso de títulos y de galones, sin graduación ni Generación de letras, instalado ya en el cielo sin ningún barco pero con honra, recibe el brazo emocionado y agradecido de un gaditano, que, cuando escucha la evocadora letra de “Los claveles”, se imagina lo que tuviste que sentir al abandonar Cádiz para siempre al compás de un tango como aquel...

Siempre tuyo.... 
(Anonimo - 1997)



Antonio Rodríguez Martínez "El Tío de la Tiza" - Coro "Los Claveles" (1896)


Al grito de Viva España,
desde los muros de esta ciudad,
a la ingrata Manigua
cincuenta mil hombres
se han visto marchar.
¿Cuántos volverán?
Sólo Dios lo sabe.
¿Cuántos morirán en aquella
tierra tan infame?
Con qué sentimiento
a sus madres dejan,
pero ellos en cambio
que entusiasmo llevan. 
No lloréis por nosotros, decían,
madres del alma,
que vamos a defender
la gloriosa honra
de nuestra España.
Y si los insurrectos nos matan,
podéis llorar.
¡Viva España con honra!, se oyó gritar
desde en el sordo rugido del ancho mar.
Viva nuestra España
grandiosa y valiente,
que ante que deshonra
prefiere la muerte.
Viva la nobleza
del pueblo español,
y los soldados heroicos
que allí pelean por nuestro honor,
sepan que por su victoria
latiendo está nuestro corazón.



No hay comentarios:

Publicar un comentario