martes, 22 de julio de 2014

FRANKENSTEIN O EL MODERNO PROMETEO - Mary Shelley

- Pero es cierto que soy despreciable. He asesinado lo hermoso y lo indefenso; he estrangulado a inocentes mientras dormían, y he oprimido con mis manos la garganta de alguien que jamás me había dañado, ni a mí ni a ningún otro ser. He llevado a la desgracia a mi creador, ejemplo escogido de todo cuanto hay digno de amor y admiración entre los hombres; lo he perseguido hasta convertirlo en esta ruina. Ahí yace, pálido y entumecido por la muerte. Usted me odia; pero su repulsión no puede igualar la que yo siento por mí mismo. Contemplo las manos con las que he llevado esto a cabo; pienso en el corazón que concibió su ruina, y ansío que llegue el momento en que pueda mirarme a mí mismo, y mis remordimientos no torturen más mi corazón.


- No tema, no volveré a cometer más crímenes. Mi tarea casi ha concluido. No se necesita su muerte ni la de ningún otro hombre para consumar el drama de mi vida, y cumplir aquello que debe cumplirse; sólo se requiere la mía. No piense que tardaré en llevar a cabo el sacrificio. Me alejaré de su bajel en la balsa que me trajo hasta él y buscaré el punto más alejado y septentrional del hemisferio; haré una pira funeraria, donde reduciré a cenizas este cuerpo miserable, para que mis restos no le sugieran a algún curioso y desgraciado infeliz la idea de crear un ser semejante a mí. Moriré.

- Dejaré de padecer la angustia que ahora me consume, y de ser la presa de sentimientos insatisfechos e insaciables. Ha muerto aquel que me creó; y, cuando yo deje de existir, el recuerdo de ambos desaparecerá pronto. Jamás volveré a ver el sol, ni las estrellas, ni a sentir el viento acariciarme las mejillas. Desaparecerán la luz, las sensaciones, los sentimientos; y entonces encontraré la felicidad. Hace algunos años, cuando por primera vez se abrieron ante mí las imágenes que este mundo ofrece, cuando notaba la alegre calidez, del verano, y oía el murmullo de las hojas y el trinar de los pájaros, cosas que lo fueron todo para mí, hubiera llorado de pensar en morir; ahora es mi único consuelo. Infectado por mis crímenes, y destrozado por el remordimiento, ¿dónde sino en la muerte puedo hallar reposo?

-¡Adiós! Lo abandono. Usted será el último hombre que vean mis ojos. ¡Adiós,
Frankenstein! Si aún estuvieras vivo, y mantuvieras el deseo de satisfacer en mí tu venganza, mejor la satisfarías dejándome vivir que dándome muerte. Pero no fue así; buscaste mi aniquilación para que no pudiera cometer más atrocidades; mas si, de forma desconocida para mí, aún no has dejado del todo de pensar y de sentir, sabe que para aumentar mi desgracia no debieras desear mi muerte. Destrozado como te hallabas, mis sufrimientos eran superiores a los tuyos, pues el zarpazo del remordimiento no dejará de hurgar en mis heridas hasta que la muerte las cierre para siempre.

Pero pronto - exclamó, con solemne y triste entusiasmo – moriré, y lo que ahora siento ya no durará mucho. Pronto cesará este fuego abrasador. Subiré triunfante a mi pira funeraria, y exultaré de júbilo en la agonía de las llamas. Se apagará el reflejo del fuego, y el viento esparcirá mis cenizas por el mar. Mi espíritu descansará en paz; o, si es que puede seguir pensando, no lo hará de esta manera. Adiós.

Con estas palabras saltó por la ventana del camarote a la balsa que flotaba junto al barco. Pronto las olas lo alejaron, y se perdió en la distancia y en la oscuridad.

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