jueves, 24 de abril de 2014

VIDA DE PI - Yann Martel

Richard Parker adquirió su nombre debido a un error administrativo. Había una pantera que tenía  atemorizada a toda la región de Khulna, en Bangladesh, en las afueras del bosque del Sundarbans. Hacía poco, se había llevado a una niña. Los únicos restos que hallaron de ella fue su mano minúscula, con un tatuaje de henna en la palma, y unas pulseras de plástico. Era la séptima víctima que había muerto en las garras del maleante en dos meses. Y se estaba volviendo más atrevido. La víctima anterior había sido un hombre que fue atacado en su propio campo a plena luz del día. La bestia lo arrastró hasta un bosque donde comió gran parte de su cabeza, la carne de su pierna derecha y las tripas. Encontraron el cadáver del hombre colgando en la horqueta de un árbol. Los aldeanos hicieron guardia esa noche para ver si sorprendían a la pantera y la mataban de una vez por todas, pero no apareció. 

El Departamento Forestal contrató un cazador profesional. Montó una plataforma oculta en un árbol cerca de un río donde habían tenido lugar los dos ataques anteriores. Ató una cabra a una estaca a la orilla del río. El cazador tuvo que esperar varias noches. Se imaginó que la pantera sería un macho viejo, gastado, con los dientes desafilados, incapaz de atrapar nada que corriera más que un ser humano. Pero lo que apareció una noche fue un tigre. Una hembra con un solo cachorro. La cabra baló. Curiosamente, el cachorro, que debía de tener unos tres meses, apenas hizo caso a la cabra. Se fue corriendo a la orilla del agua y empezó a beber con avidez. Su madre siguió su ejemplo. Entre el hambre y la sed, la sed siempre urge más. Hasta que no hubo saciado la sed, la tigresa no se volvió hacia la cabra para satisfacer su apetito. El cazador llevaba dos rifles: uno cargado con balas de verdad y el otro con dardos inmovilizantes. El animal no era el devorador de hombres que buscaba, pero estaba tan cerca de la civilización humana que podría representar una amenaza para los aldeanos, sobre todo porque tenía un cachorro. Cogió el rifle de los dardos. Disparó justo cuando iba a atacar a la cabra. La tigresa se encabritó, gruñó y salió corriendo. Sin embargo, los dardos inmovilizantes no provocan un sueño paulatino, como una buena taza de té, sino que tumban como una botella de whisky bebida de un trago. Un arranque de actividad por parte del animal acelera el efecto. El cazador llamó a sus ayudantes por el transmisor. 

Encontraron a la tigresa a unos doscientos metros del río. Todavía estaba consciente. Las patas traseras le habían fallado y las delanteras estaban a punto de ceder bajo su peso. Cuando los hombres se acercaron, la tigresa intentó huir pero no pudo. Se volvió hacia ellos, levantando una pata con intención de matarlos, pero perdió el equilibrio. Se desplomó y el zoológico de Pondicherry se hizo con dos tigres nuevos. El cachorro se había escondido en un arbusto cercano y estaba maullando de miedo. El cazador, que se llamaba Richard Parker, lo cogió con las manos y, recordando la prisa que tenía por beber agua del río, lo bautizó con el nombre de Sediento. Pero el encargado de transportes de la estación de trenes de Howrah era un hombre claramente aturdido, pero aplicado. Todos los papeles que nos llegaron junto al cachorro estipulaban claramente que se llamaba Richard Parker, y que el cazador se llamaba Sediento de nombre, y No Especificado de apellido. Mi padre se rió de lo lindo del malentendido y el tigre se quedó con el nombre de Richard Parker.

Ignoro si Sediento No Especificado llegó a cazar la pantera que devoraba hombres...

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