miércoles, 23 de abril de 2014

VENTANAS DE MANHATTAN - Antonio Muñoz Molina

La radio desgrana en mi oído escenas de desgracia y terror, y nadie sabe calcular el número de muertos, pero en la terraza de un café hay quien desayuna apaciblemente, y el cielo hacia el sur sigue estando limpio. 

En la emisora se escuchan voces de testigos: una multitud llena el puente de Brooklyn abandonando Manhattan, y en la voz del que la cuenta esa huida tiene algo de gran peregrinación bíblica. De pronto me doy cuenta de lo lejos que estamos de nuestro país y nuestra casa, atrapados en una isla de la que no se sabe cuándo volverán a despegar aviones de pasajeros, una isla tan densamente habitada como un hormiguero o una colmena y no menos  vulnerable, unida al mundo exterior por unos pocos puentes y túneles que en cualquier momento otro ataque podría destruir, que se volverán trampas mortales si multitudes despavoridas quieren escapar por ellos. 

Lo que damos más por supuesto, el agua corriente, el suministro eléctrico, es tan frágil como la estructura de esas torres de acero que parecían indestructibles, y si el agua y la electricidad faltan por un nuevo sabotaje la vida entera de cada uno de nosotros se desmoronará en penuria, terror y confusión.

Acaban de decir que uno de los aviones fue secuestrado en el aeropuerto de Newark, al otro lado del río Hudson. Pero las tiendas siguen abiertas, y cuando se extingue el sonido de la última sirena que acaba de pasar resalta con más claridad el silencio de la gente en la calle. En la esquina, el hombre negro y enorme que pide una ayuda para los homeless y recita bendiciones cada vez que alguien le deja una moneda se ha quedado callado y mira con extrañeza al gentío que pasa ante él, hombres que se han aflojado las corbatas y llevan ahora las chaquetas al hombro, mujeres con tacones y carteras de mano que hablan por teléfonos móviles. 

Las sirenas se escuchan muy lejos ahora. Camino aturdido y extranjero entre la gente y no sé cuál es la realidad, si lo que escucho en la radio que llevo pegada al oído o lo que estoy viendo con mis ojos en la mañana soleada y caliente de Nueva York.

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