viernes, 2 de mayo de 2014

LA CAJA DE RAMON - Historias de Carnaval

Todo el mundo estaba de acuerdo en que el viejo Ramón, a sus setenta y seis años, era el mejor “caja” del carnaval. Su chirigota sonaba distinta. Sonaba distinta en el teatro y sonaba distinta en el pasacalles. Tanto que, cuando iba por la Viña, siempre había algún comparsista, apoyado en la barra de una peña o de un bar que, sin asomarse siquiera a la calle, decía: 

- Ahí viene la chirigota de Ramón.
            
Y aquello era debido a la caja del anciano chirigotero. Pero cuando pasaba por delante de su casa, en la calle de La Palma esquina a San Félix, Ramón hacía un redoble especial, una filigrana casi imperceptible, que sólo conocía su mujer, la Rosa. Y la Rosa lo escuchaba desde el saloncito, y corría al balcón esbozando una amorosa sonrisa de agradecimiento. Y Ramón la miraba y le guiñaba un ojo. Era un pequeño homenaje a ella, la mujer que le había hecho la vida feliz y que luchado junto a él durante más de cincuenta años.
            
También “el Lolo”, un viejo comparsista de la peña de enfrente, había notado aquella variación en el redoble. Se lo había comentado a Ramón, y éste le había dicho porqué lo hacía. Además Ramón cuidaba aquel tambor con gran cariño. Como si fuese único. Cuando llovía lo secaba con papel absorbente y luego con un paño. Engrasaba levemente el pellejo con una corteza de tocino y, si iba a guardarlo por algún tiempo, lo liaba en plástico y lo metía en un estuche de cuero que cerraba casi herméticamente No permitía que lo tocase nadie y siempre andaba ajustando sus tuercas para tenerlo perfectamente afinado. Tocaba directamente sobre el pellejo y no ponía ningún trapo sobre él como hacían otros.



Pero lo que no imaginaba nadie era que aquel año sería el último en que Ramón saldría en la chirigota. Porque tres meses después, un infarto se lo llevó para siempre al cielo de los comparsistas, que como decía el propio Ramón “debía ser mucho más divertido que el cielo de los demás”.

Por ello, al año siguiente la caja de la chirigota la llevaría Juanito, el nieto de Ramón, que había sido instruido por su abuelo en el manejo del instrumento. Pero la chirigota no sonaba igual. Era una más, y ya nadie podía distinguirla de las otras, ni en el teatro ni en la calle.

Pero cuando pasó por la esquina de la calle de La Palma con San Félix, Juanito sintió una repentina soltura en sus manos, como si las baquetas cobraran vida, y un redoble maravilloso, adornado con una filigrana casi imperceptible, brotó de la caja como brota el perfume de un tarro de esencia.

Y a la Rosa que estaba en el saloncito de la casa, le dio un vuelco el corazón y salió al balcón como una flecha, a pesar de la artrosis, con la cara de una dolorosa y murmurando entre dientes:

-Ramón…Ramón…


Y “el Lolo” sintió un escalofrío, se le cayó al suelo el vaso de cerveza, y se fue a la puerta de la peña. Miró al balcón, cruzó su mirada con la de la Rosa y se metió para adentro con los ojos llenos de lágrimas.

Escrito por Hydra en 2.001

No hay comentarios:

Publicar un comentario