Yo nací
en Tuckahoe, cerca de Hillsborough, a unos veinte kilómetros de Easton, en el
condado de Talbot, Maryland. No tengo conocimiento exacto de mi edad, porque
nunca he visto un documento auténtico en el que constara. La inmensa mayoría
de los esclavos saben tan poco de su edad como los caballos de la suya, y es
deseo de la mayoría de los amos, por lo que yo sé, mantener a sus esclavos en
esa ignorancia. No recuerdo haber conocido nunca a un esclavo que pudiese
decir el día que había nacido. Raras veces se aproximan más a ello que «la
época de la siembra», «la época de la recolección», «la época de las cerezas»,
«la primavera» o «el otoño». Esta falta de información sobre mí mismo me hizo
sufrir mucho durante la infancia. Los niños blancos podían decir su edad. Yo no
podía entender por qué tenía que estar privado del mismo privilegio. No me
estaba permitido hacerle preguntas a mi amo sobre ello. Consideraba esas
preguntas, si las hacía un esclavo, impropias e impertinentes, e indicio de un
espíritu revoltoso. El cálculo más aproximado que puedo hacer me atribuye entre
veintisiete y veintiocho años de edad. Digo esto porque en 1835 oí comentar a
mi amo que yo tenía unos diecisiete años.
Mi
madre se llamaba Harriet Bailey. Era hija de Isaac y Betsey Bailey, ambos de
color y muy oscuros. Mi madre era de un color más oscuro que mi abuela y mi
abuelo.
Mi
padre fue un blanco. Todas las personas a las que oí hablar de mi origen
confesaban que lo era. También se rumoreaba que mi amo era mi padre, pero no
sé nada sobre la veracidad de esa opinión; me privaron de medios de saberlo. A
mi madre y a mí nos separaron cuando yo era sólo un niño de pecho... antes de
que la conociese como mi madre. Es una costumbre común, en la parte de Maryland
de la que escapé, separar a los niños de sus madres a una edad muy temprana. Es
frecuente que antes de que el niño cumpla doce meses se separe a su madre de él
y se arrienden sus servicios en alguna finca situada a considerable distancia,
y se ponga al niño al cuidado de una anciana, demasiado vieja para las labores
del campo. No entiendo por qué se efectúa esa separación, salvo que sea para
impedir que el niño le tome afecto a su madre, y para embotar y destruir el
afecto natural de la madre hacia el niño. Ése es el resultado inevitable.
No vi a
mi madre, para poder conocerla como tal, más que cuatro o cinco veces en mi
vida; y fueron todas ellas muy cortas en duración, y de noche. Arrendó sus
servicios un tal señor Stewart, que vivía a unos veinte kilómetros de mi hogar.
Hacía viajes para verme de noche, recorriendo todo el trayecto a pie, después
de realizar el trabajo del día. Trabajaba en el campo, y se castigaba con el
látigo no estar en el campo al salir el sol, a menos que el esclavo tuviese un
permiso especial de su amo o de su ama para no hacerlo, permiso que raras
veces se concedía, y que otorgaba al que lo concedía el honroso calificativo de
amo bueno. No recuerdo haber visto a mi madre a la luz del día. Estaba conmigo
de noche. Se echaba conmigo y me arrullaba, pero mucho antes de que yo
despertase ya se había ido. Hubo siempre muy poca comunicación entre nosotros.
La muerte puso fin muy pronto a la poca que pudimos tener mientras ella vivió,
y a sus penalidades y sufrimientos. Murió cuando yo tenía unos siete años de
edad, en una de las fincas de mi amo, cerca de Lee's Mill. No se me permitió
estar presente durante su enfermedad, ni en su muerte ni en su entierro. Murió
mucho antes de que yo pudiese darme cuenta. Como no había disfrutado nunca, en
una medida significativa, de su presencia consoladora, de sus tiernos y atentos
cuidados, recibí la noticia
de su muerte quizá con las mismas emociones que podría haberme producido la
muerte de un extraño.